sábado, 23 de octubre de 2010

El Mundo es de Todos

El mundo de las Personas de Discapacidad, es Un Mundo Muy dificil de comprender. Pero si actuas con naturalidad ante ellos,te veran como no uno mas.
 Por lo tanto estar al  lado de la persona, veras y sabras lo que necesita.
Quiero decir que si todos colaboramos, con el bienestar de las personas todo iria Mejor.

Y como no?  Seria más facil la convivencia de todos.
Por este motivo pondre en El Blog,una historia que es real de una persona discapacidad.


 LO CONSEGUI
Hay una frase que me gusta mucho y es esta:
NO APRENDEMOS NADA CON EL QUE NOS DICE:
"HAZ COMO YO".
NUESTROS ÚNICOS MAESTROS SON LOS QUE NOS DICEN:
"HAZ CONMIGO"
                          Es de Gilles Deleuze
Lo que cuento no es una novela de ficción sino la realidad de una persona con discapacidad y que ha ido superando las dificultades.
Despues de muchos esfuerzos y con la ayuda de la familia y amigos.
                            LO CONSIGUIÓ....
En primer lugar situare el comienzo de esta historia, en un lugar de la Mancha, que se llama Torrenueva (Ciudad Real)
Que está situada en el campo de Montiel.

Los pueblos que lo rodean son: Valdepeñas, Santa Cruz de Mudela y otro pueblo que se llama Castellar de Santiago.

Nací un verano que hacia mucho calor en todo el país, y más en un lugar situado en ese lugar que se llama la Mancha.

Fue el cinco de Agosto de 1957, la hora 7´30 de la mañana y el sol ya estaba por las eras de San Antón.
Mi padre el día que yo nací estaba segando trigo, que luego se llevaban a las eras para trillar la mies y poner en sacos el trigo o la cebada.
La casa donde nací estaba situada en la calle que se llamaba probablemente, así decían “la vereda”, pero su nombre actual es “del cordón”. En una casa que estaba en la esquina con la calle Gonzalo de Córdoba. Cuando tenía unos dos años, nos trasladamos a un pueblo de Barcelona que se llama Vila-franca del Penedés.
Regresando al pueblo a los nueve meses, para vivir ya definitivamente en el pueblo. Era lo que pensábamos entonces.

Nos pusimos a vivir en la calle General Espartero, llamada popularmente “Manga cueva” podía ser porque no había suficiente luz eléctrica, y hace una curva en la calle. La casa la construyeron mis padres ocupando parte del solar de al lado del huerto de Juanillo.

El pueblo es de principios del siglo XVI. Tiene una iglesia que es del mismo siglo, y está dedicada a Santiago el Mayor. En una de las capillas está la pila bautismal donde me bautizaron.

Tenemos una patrona que es la “Virgen de la Cabeza)”, y su fiesta se celebra el ocho de Septiembre, y cada año los que estamos fuera del pueblo, deseamos estar el día de su fiesta, pero cuando no puedes asistir te sientes triste y aún te acuerdas de ella.

Aparte de la fiesta de la patrona, están otras que son muy interesantes. Por ejemplo: en los años que yo he vivido en el pueblo había una fiesta muy característica pues consistía en realizar una serie de vueltas al santuario de San Antón, patrón de los animales, y también a todo el pueblo.
Los chicos llevábamos al cuello unos cencerros y decíamos: “San Antón, San Antón, guárdamelo”. Nunca entendí lo que significaba aquello.
Esta fiesta se celebra el día 17 de Enero, pero el día antes por la noche se realizaba una gran hoguera. Esta era una de las fiestas. La llamábamos le fiesta de “La borrica”, pues se trata de que alguien del pueblo hace una promesa a las ánimas benditas, y quiere llevar el estandarte por todo el pueblo pero subido a caballo o en burro.
Llega a la puerta de la iglesia y el cura bendice a los animales. Cuando yo era todavía pequeño, he ido montado en una mula con mi tío Lucio, que murió hace muchos años.

El pueblo se dedica principalmente a la agricultura y ganadería, pero como todo ha evolucionado hay alguna que otra industria.

Tengo que hablar de una persona que fue muy importante en mi corta vida en el pueblo: el Doctor Don Pedro González, médico de Familia. Este caballero me trató como a uno más de sus pacientes; aunque con unas características diferentes, pero eso no impedía que yo fuera uno más. Un buen día me dijo que conocía a mi familia desde niño y que se llevaban bien. Recuerdo que, cuando mi hermano Ángel se quemó la pierna, pues estaba junto al fuego, en una cocina de leña con chimenea, y una sartén con agua puesta a calentar, con el rabo de la misma hacia fuera del fogón, mi hermano se creía que era un caballito de madera, y se sentó encima con la consecuencia de la mala fortuna: se quemó.

Él venia todos los días a casa para curarle, y era tan buena persona y se preocupaba tanto por sus enfermos, que le decía con frecuencia a mi hermano: no te preocupes, que te vas a poner bueno. Lo curó tan bien que luego pudo, entre otras actividades, jugar al fútbol.

Gracias a él me trataron de la discapacidad intelectual en la capital de la provincia. Pues su hermana estaba casada con un psiquiatra que había leído algo sobre las personas con retraso mental. En aquellos años, la palabra con la que se nos designaba era “Sub-normal”. Estamos hablando de los años 60 y 70. Unos años que mi madre me acompañaba a los diferentes, y siempre limitados, servicios médicos.

También quiero decir que aquellos años que viví en el pueblo han sido muy buenos para mí. Pero antes que nada quisiera recordar varias cosas de mi pueblo. En los años que viví allí, recuerdo que los trabajos y los deseos de las personas no estaban acordes con sus inquietudes.
Y también otros que se valoraban como trabajos de poco salario. Por todo ello, siempre la gente solía querer salir de aquel lugar y emigrar a tierras más prósperas. Mi madre también realizaba trabajos esporádicos o de temporada en el campo. Como recoger aceituna, vendimiar y otros menesteres que también era ir a las casas a realizar limpieza. Pues era en las casa de los más pudientes del municipio.
Tenía yo unos diez años. Y un día me fui a un cortijo que está bastante lejos del pueblo en bicicleta. En este lugar estaban de caseros mis abuelos maternos, Lucio y Eusebia, a los cuales siempre querré. Me han querido y protegido de tanta maldad que lo repito los querré siempre. El lugar se llama “Virgen de Lourdes”, y está en el término de Valdepeñas.
No quiero pasar por alto el reconocimiento a mis abuelos maternos, pues quiero recordar los buenos momentos vividos con ellos. Mis abuelos son también del pueblo y, por suerte, me aceptaron como era: con una discapacidad física. No por eso me tenían que esconder, como otros abuelos han hecho con sus nietos e hijos que tuvieran alguna discapacidad. Mis padres eran trabajadores del campo, pues mi padre, concretamente, realizaba trabajos en las casas de los ricos del pueblo.
Durante mi estancia en el pueblo, hubo muchas cosas que ahora todavía recuerdo. En primer lugar, como ya he dicho, mi padre trabajaba en el campo; pero también, a veces, construyendo carreteras o tareas más duras; pero, como no había mucha faena, tuvo que emigrar a Francia.

Cuando mi hermana nació, mi padre se tuvo que marchar, y le echamos mucho de menos, pero ahí estaba mi madre que nos educó lo mejor que sabia, con amor y paciencia, sabiendo que su marido estaba en el extranjero. Entonces mi madre le mando una foto de los tres: mi hermana que se llama Pilar, mi madre y yo.
Como es natural, allá fue para hacer lo que los franceses no querían realizar. Eran unos años en los que muchos Españoles se iban fuera de España para ganar unas pesetas para dar de comer a los que se quedaban en los pueblos.

Allí nos íbamos o nos llevaban mis padres, los cuales se tenían que ir a trabajar allí cerca y nos dejaban con ellos.
A mi abuelo lo acompañaba, a un lugar llamado “era” (un espacio descubierto donde se trillaban las mieses, cuando “trillar” consistía en quebrantar la mies (trigo o cebada) para quitar la paja del grano , y allí me quedaba a dormir por la noche.
Otra vez me fui a llevar a mi padre la comida, donde estaba segando y todo ello andando. Estando allí empezó una tormenta de verano, y con tanta intensidad dejó caer el agua, que cuando regresábamos al pueblo no podíamos pasar un pequeño riachuelo, el cual se había vuelto intransitable y no podíamos cruzarlo. La altura del agua llegaba a un puente y por fin lo pudimos vadear.
Tengo una anécdota de cuando estaba aprendiendo a ir en bicicleta: me dejaba ir por una pendiente abajo, pues no sabía frenar con el consiguiente golpe de turno. Según un amigo, yo cuando iba en bicicleta, siempre era sin frenos, y subía por debajo de la barra del sillín.
Aprendí en una calle, la cual estaba muy inclinada y le decíamos la del depósito del agua, “la fontona”. Allí aprendí a pedalear y a luchar por superar una dificultad con una mano que tengo con cuatro dedos, que es la izquierda. Y ello me hacia sentir más fuerte y decirme a mí mismo: “¡Tengo que aprender!”
También me veo obligado a decir que aprendí a fumar detrás de la iglesia del pueblo. Era en la plazoleta. Llamada de Castilla la Mancha. También quiero decir que en aquellos años fui a ver mucho la televisión en los bares, principalmente en uno que se llamaba “la cueva”. Recuerdo que el dueño se llamaba Antonio, pero todos lo conocíamos por “Patatilla”, mote que se les ponía a las personas.
El otro bar era el de Julián, a quien le decían de (apodo) “Velote”. Estos bares estaban uno al lado del otro.
También acudía a uno muy especial: era “el casino”, el cual lo visitaban los ricos del pueblo. También hay otro que es de los pobres pero con orgullo digo que era de la sociedad de agricultores de Torrenueva. A él iba mi abuelo materno y yo alguna vez acudía para comunicar algo.
Recuerdo que teníamos un señor que hacia de sereno, vigilante nocturno. Se llamaba Juan Manuel pero todos lo conocíamos por “Sandalio” y casi siempre me decía algo. Era una bellísima persona.
También quiero recordar a un señor que, cuando iba por las casas vendiendo panes, y llegaba a mi casa, yo siempre lloraba para que me llevara en el carro. Se llamaba Carmelo, pero todos le llamaban Carmelillo. Según dicen, yo siempre saludaba a todos los que me veían. Por eso tengo tantas amistades en mi pueblo. Porque he sido un niño amable con todos y lo sigo siendo cuando voy, a visitarlos. Quisiera señalar que Carmelo falleció, pero lo recordaré mientras viva.
En cierta ocasión, fui a Santa Cruz de Múdela. Es un pueblo que está cerca del mío y, como digo en las líneas anteriores, siempre realizaba el viaje andando, por la carretera. En el pueblo tenia unos vecinos muy majos y nos hacíamos compañía. En mi calle tenia unos que les decían “los mariposas”, mote que no sé de dónde procede pero que eran unas buenas personas. Mi madre les ayudaba a hacer chorizos y morcillas. Las hijas e hijos de este matrimonio eran amigos míos. Pero con la distancia nos hemos olvidado un poco.
Cuando tenía vacaciones, me acercaba al pueblo y a los pueblos de mis primos. Y en un viaje de estos me fui con un tío que vendía en los diferentes mercados de los alrededores del pueblo donde vivían, que era Villanueva de los Infantes. Y vendíamos diferentes cosas de cerámica y de porcelana, botijos, vasos etc...
En aquellos años, pensaba que yo era diferente, pero no era así: mis amigos y primos me trataban como uno más. En Valdepeñas tengo unos primos que me han querido mucho y yo a ellos. En Villanueva de los Infantes tengo otros primos, pero estos son discapacitados, tienen una minusvalía psíquica pero viven felices.
Están en una residencia de ancianos, las monjas los cuidan muy bien y ellos salen de paseo o van de compras por el pueblo.
Mi familia de la que estoy muy orgulloso son: mis tíos y primos que viven en Valdepeñas y Torrenueva. También los que están en Barcelona y en varios pueblos de Valencia. Les tengo mucho cariño, pues cuando he sido pequeño nunca me han apartado de su lado.

Este es el comienzo....es el primer capitulo

El segundo hablare de la escuela 

                                 La escuela


No me gustaba asistir, pero no habia más remedio. Mi primera experiencia escolar fue con los parvulitos: lo que ahora se llama “escuela infantil” o “primaria”.
El centro escolar estaba situado en la Plaza Mayor del pueblo, donde hoy está el consultorio médico, y la biblioteca. En la torre del edificio, donde se encontraba la escuela, había un reloj que marcaba la vida del pueblo.
Recuerdo que todas las mañanas, cuando saliamos a la plaza, antes de comenzar la clase, teníamos que cantar el “Cara al sol”.
Era la época en que mandaba un dictador: Francisco Franco Bahamonte. Eran unos años cuando en España no se podia hablar de política. Sólo de fútbol y toros. Y de cante andaluz llamado “flamenco” formado con unas coplas al gusto de la política de la época.
Un año después de ingresar en parvulos, pasé a segundo curso en otro colegio, más grande que el anterior, llamado “San Antón”, situado en aquel entonces cerca de la ermita del mismo nombre.
En este colegio tuve un profesor, Don JULIO, que era una bellísima persona: comprensivo, y que te decia las cosas cuantas veces hiciera falta para comprenderlas bien.
Durante aquellos cursos, empezamos a practicar un deporte; que me gustaba: era el baloncesto.
Se practicaba en el patio del colegio que era de tierra dura. Y, a pesar de las repetidas y dolorosas caídas, a nosotros nos gustaba mucho jugar allí.
Acabé llegando a la escuela de los mayores, los que ya tienen los catorce años. Su colegio estaba en la plaza Mayor. Al lado de la que se utilizaba para los párvulos, en la que yo había estado antes.
Pongo aquí la relación de mis compañeros del último curso realizado en mi pueblo, pues, después de las vacaciones de Navidad, me fui a Valencia. Tenía yo entonces 13 años.

                               LLEGADA A VALENCIA

Cuando nos trajeron a Valencia, mis hermanos y yo teníamos cuatro, nueve y trece años. Y ésta es la razón por la que nuestra vida es completamente de valencianos.
Sin embargo, eso sí , nuestro pueblo no lo olvidamos nunca.
Llegamos a la ciudad del Turia en el mes de Enero de 1971. Precisamente un día en que hacia mucho frio.
La víspera de de viajar a Valencia, mi padre estaba de cacería, con unos forasteros. Pues en mi pueblo los hombres, cuando no había trabajo en el campo, servían como “ojeadores” (“ojear”: levantar la caza). Era como una especie de rastreo que obligaba a salir a las “piezas” para que el forastero disparase la escopeta con la intención de matar sobre todo la perdiz que era la pieza más codiciada.
Pues bien, ese día a mi padre le dieron un perdigonazo, que le afectó una mano, aunque afortunadamente sin ninguna gravedad. Así que pudimos seguir el programa que teníamos previsto de ir a vivir en otra ciudad.
Cuando él llego a nuestra casa con la mano herida, ya estábamos todos nosotros cargando el camión, para venirnos a Valencia.
Recuerdo muy bien que en el trayecto pasamos mucho frío. Veníamos dentro del camión, mi madre y los hermanos: Pilar que nació en el año 1961 y mi hermano que se llama Ángel que nació en 1966. Por lo tanto, cuando nos vinimos a Valencia ellos eran muy pequeños, y yo tenia ya trece años.
Como antes se me olvidó de decír, paramos a llenar el depósito de gasolina del camión. Y entonces vino mi padre nos dijo casi a la oreja: “Callaos, que está aquí la guardia civil”. Porque estaba prohibida llevar gente dentro del camión sin permiso. Y, como suele suceder en situaciones así, llegó la tragedia: mi hermano quería orinar, y mi madre, que al principio no sabía qué hacer, le dijo después: “Mira, mea por este agujero”. Pero él decía: “¡’Yo quiero mear en el corral!”
Cuando llegamos a la ciudad nos dirigimos a la calle Pio XI, que esta en el “barrio de Jesús”. Un barrio que ha ido creciendo. Vimos una puerta que parecía de rejas, y pensé que era a donde nos íbamos a alojar. Mi hermana se creía que era un banco, pero todos nos equivocamos. Era el lugar de trabajo de mi madre. Se trataba de una portería donde tenia que tenerlo todo limpio, sacar la basura de los vecinos y estar todo el día en el lugar por si venia alguien.
Al llegar a aquel portal, mi madre nos dijo: “Entrad, que vamos a subir al último piso, en un aparato que sube a las casas que están unas arriba de otras”. Fue entonces cuando supimos que aquí las viviendas no eran lo mismo que en el pueblo.
Ésta fue una gran sorpresa para nosotros, pues veníamos de un lugar en el que las casas están adosadas unas a otras.
La verdad es que, al principio, tuve miedo de subir en aquel aparato, y pienso que a mis hermanos también les pasaba lo mismo.
Recuerdo muy bien ahora que este trabajo de mi madre lo consiguió por parte de una de las vecinas de este edificio, que era del pueblo y estaba casada con un valenciano. Se llamaba Francisca y el marido Vicente. Gracias a ellos, puedo contar hoy esta historia.
A las pocas semanas de llegar a Valencia, lo que más me sorprendió fue ver en las calles unos “muñecos” que se quemarían unos días después.
Eran las “fallas valencianas” , y pronto pude ver la primera “mascletá” en la plaza del Caidillo que hoy es del Ayuntamiento.
Me sorprendió y gustó mucho todo esto. Y todavía hoy tengo mucha afición a la fiesta.
Unos años más tarde nos fuimos a vivir en el nº 10 de la calle Joaquín Navarro, en el barrio de la Balvanera. Los vecinos del barrio, muchos de los cuales he conocido, fueron muy buenos amigos.
En la misma escalera he tenido buenos vecinos, desde la puerta 16 a toda la finca.
Me han tratado como uno más del mismo grupo de fiestas.
En una de estas fiestas conocí personalmente a Joan Lerma y Pascual Maragall, que eran entonces unos políticos que estaban en plena campaña electoral.
Recuerdo muy bien que era cuando estaba de moda “TENGO UN TRACTOR AMARILLO” que alcanzó a ser la canción del verano. También que sus autores vinieron a la fiesta del barrio invitados por el presidente de la asociación de vecinos, Don Alfredo Barchino, que era socialista de los pies a la cabeza. Yo reconozco públicamente que soy socialista y mi familia también, aunque esto poco importa para esta historia.
Sí que me interesa recordar a unas personas, que me han tratado de tú a tú con toda normalidad y naturalidad: sin complejos. En primer lugar a Don Rafael y su señora Paquita. Son andaluces, y les conocí en el parque de Senabre, en el barrio de Patraix que antiguamente era un pueblo pegado a Valencia. También a Teresa y Pedro que son de Albacete.
La verdad sea dicha: por lo general, todos los vecinos me han tratado como uno más del barrio: sin complejos ni discriminaciones.
En la Asociación de vecinos, me he integrado con todos. Hasta el punto de que puedo decir con orgullo que he colaborado en las fiestas del barrio, con mi aportación a casi todas ellas. Mi colaboración más frecuente y valorada consistía en grabar con cámara de video algunos de los actos de las mismas. Por eso digo que el barrio es un buen lugar para la integración de las personas como nosotros.

continuare con otros capitulos





















2 comentarios:

  1. Felicidades, José Antonio! Lo has conseguido! Me alegro mucho por tí y espero que sigas publicando cosas, pues te seguiré leyendo!
    Bienvenido al mundo de los blogs!
    Un abrazo,
    Núria

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  2. Gracias por tu apoyo y agradecimiento, por ser sincera con la vida.

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